Cuando era chica me gustaban mucho los cuentos. Había uno que contaba la historia de un pastor de ovejas que decía que el lobo venía a comerse sus animales para divertirse viendo cómo los vecinos corrían a ayudarlo y era una falsa alarma. Tantas veces el pastorcito mintió que cuando el lobo apareció de verdad nadie fue a socorrerlo y caput las ovejas. Así el muchacho aprendió que la mentira tiene patas cortas.
Yo, pura deducción, pensaba que si el pastorcito mentía y finalmente se hacía realidad, si yo mentía muchas veces iba a lograr lo que quería. Entonces me paraba en la ventana de mi habitación y gritaba: "tengo magia"
Claro está que a mis 5 años comprobé que la magia evidentemente, no existía. Hasta el martes 8 de febrero.
Mi hijo Manuel llegó al mundo con los ojitos abiertos, dejando atrás una maraña de nervios y abriendo los pulmones al aire sureño, a la vida, a su papá y a mí. En sus manitos, en su piel, en todo Manuel me cambió la vida para siempre.
Y a mis casi 32 años puedo decir que aquél cuento del pastorcito y mi deducción se hicieron de carne y hueso. Lo dije tantas veces cuando era chica que se hizo realidad: tengo magia, nació Manuel.
(B)